Me siento, y recuesto el corazón sobre la mesa como un lienzo, como una extensión de mi piel. Escribir equivale a coser.
Inspiro, hasta inundarme los pulmones. Cierro el telón.
Siento la presión del bolígrafo sobre cada tramo, sobre cada llaga. Cada punto, cada sutura. Trazos de mí.
Siempre hay algo que necesito arrancar, verbalizar.
No pretendo escribir algo bonito. Sólo pretendo desahuciar el daño, encerrarlo entre párrafos. Entre letras maltratadas por el verbo, por mi acento afónico.
Es mi ritual. Una batalla personal en mi escritorio, contra un folio y contra mis paredes. Contra todo lo que soy y ya no encuentro. De tanto buscarme he dejado de entenderme.
Sólo hallo cura al transcribir mi locura en palabras. Son fantasmas que golpeo, aunque no pueda tocarlas.
viernes, 1 de febrero de 2013
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