Me he ido rompiendo, curtiendo y endureciendo. Ha habido largos tiempos de letargo, en los que me he dejado caer sin oponer resistencia, impasible pero impaciente; en los que me ha podido la desidia, la somnolencia y este pesimismo que sólo es una forma elegante de indulgencia. Y ya no hay excusas para el cinismo adolescente, para esta autoflagelación que, para ser sinceros, sólo es autocompasión.
Me he encontrado odiándome y queriéndome, rindiéndome y venciéndome. Perdiéndome, sin saber dónde acabo y dónde empiezo. He tenido que perder. He tenido que coger impulso. He tenido que recorrer pasos que ya había dado antes, una y otra vez.
He ido a peor, he ido a menos, he tenido que retroceder.
Algunos lugares han olvidado su nombre, algunos nombres han olvidado su rostro. Prácticamente todo lo que una vez tuvo fuerza y sentido ha dejado de tenerlo, ha dejado de existir. Y lo que sigue ahí, sigue ahí porque respira, porque duele. Como una extremidad fantasma.
sábado, 29 de noviembre de 2014
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