miércoles, 11 de febrero de 2015

Ausencia de Dios

He pasado más años de los que me atrevo a contar esperando que estuvieras al otro lado. Una niña pequeña que se ha hecho daño y busca a sus padres. No sé cuántas veces me quedé divagando, desdibujándome por las calles en invierno hasta que la luz las inundaba, esperando que esta vez fuera la última, con una extraña suerte de resignación y esperanza triste. Pero nunca hay nadie al otro lado. Nadie me traerá a casa.
Me perdía para que vinieras a buscarme. Pero siempre era yo quien tenía que sacarme las castañas del fuego y encontrar el camino de vuelta. Siempre era yo quien acababa vendándome, acariciándome los golpes, cosiendo cada brecha aunque me declarara la guerra a mí misma y quisiera abandonarme. Siempre era yo quien me levantaba del suelo cuando el frío me calaba los huesos, quien me obligaba a meterme en la ducha llorando y a regañadientes cuando no sabía cómo levantarme de la cama. Cuando cada segundo volvía a ser un día entero. Siempre he sido yo.

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