lunes, 10 de febrero de 2014

*

Todo me importa tanto que es como si no me importara nada.

Soy otra ermitaña arisca y disfuncional existiendo entre cuatro paredes. Dejando pasar las tardes y escondiéndose en ellas.
Soy gris y deambulo sin tocar nada, procurando aparentar estar ahí. Una criatura retraída y taciturna que ya no recuerda a dónde pertenece. Autoindulgente e inútil. Como una niña pequeña con la mirada agrietada.

No sé si ellos se han rendido tanto como yo o miran hacia otro lado. No. Sé que quieren ayudarme y ya no saben cómo, pero yo no quiero ayudarme más. He ido y he vuelto más veces de las que puedo contar y traigo más años a mis espaldas de los que he vivido.

Persiste en mí ese reflejo, ese instinto innato y visceral que golpea con fuerza cada vez que me dejo vencer. Hoy me reclama y exige que regrese, pero he desaprendido el camino de vuelta. No reacciono, y quizás tampoco lo intento. Me puede la desidia, la pereza, el desegaño, la nada. No es pesimismo, no es victimismo; el mundo no me debe ningún perdón, si acaso yo a él. Sé que todo puede ir a mejor, sé que siempre hay salida. Pero ya no me importa.
Es una resignación triste, como una canción que cantaba siendo pequeña. La he ido alimentando, despacio, en un rincón remoto; la he dejado crecer hasta que ha podido extenderse y calarme hasta los huesos.

He decepcionado a todo el mundo, y me aterra reconocer que quizás lo haya hecho a propósito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.